Ha sido un invierno duro, muy duro. Después hemos tenido una primavera caudalosa. Deshielo, lluvias. Troncos, grandes piedras no han cesado de moverse. Es el quinto año que estoy aquí. Todo ha cambiado. Las posturas suelen modificarse, pero este año es una locura. La poza azul ahora es una enorme tabla. Sin grandes piedras, solo grava y pequeños cantos rodados que siguen jugueteando con el lecho del río. En la curva del puente se ha creado la poza más grande que he visto en todo el río. Es mucho más grande que la poza azul. Está llena de grandes rocas y algún tronco atrapado en su viaje hacía el mar. Y yo estoy aquí…
Sigo buscando señales de insectos. Las riadas se han llevado muchos por delante. Volverán, siempre vuelven, pero ahora toca seguir escudriñando el agua. Sigo buscando alguna señal de vida entre tanto azul, rocas, troncos. Y la veo…
Calculo la distancia. No sé si es prudente. Dejo pasar la oportunidad, a veces es mejor, lo sé. Me paro y espero otra ocasión más propicia. Vuelvo a ponerme en alerta. Ahí está, la deriva es muy natural, parece que todo va bien. Me lanzo a por el insecto. Algo no va bien…
Siento algo en mi boca. Al segundo quiero escupir, pero ya es tarde. Empiezo a sentir la tensión, recuerdo esa sensación. Sé que mi única escapatoria está en las piedras, los troncos. Utilizo todo lo aprendido estos años, pero la tensión sigue. Mis fuerzas empiezan a mermar…
De golpe veo un remolino y una red de araña que me atrapa. Lo hace. Todo empieza a girar. La luz es muy fuerte. Me desoriento. Noto sensaciones que nunca había tenido. Pienso que mi momento ha terminado. No podré seguir un año más en el río.
Me coge con suavidad. Casi no me saca del agua. Desaparece la tensión de mi boca. Vuelvo a ver los troncos, las rocas de la gran poza. Algo me sujeta o me acaricia. Me voy recuperando. Vuelvo a sentir que puedo hundirme a mi cobijo. Lo hago despacio. No estoy seguro si llegaré al fondo, pero voy decidido y lo consigo. Pasa un rato y reacciono. Ya sé lo qué ha sucedido…
Mi padre me decía que aveces pasaba. Esto ha empezado a suceder hace poco hijo. Mi abuelo no lo vio nunca. Siempre decía que la lucha para sobrevivir a ese tirón era enorme, tanto o más duro que lidiar con las avenidas de otoño. La abuela no pudo, ni sus hermanos y muchos de sus hijos.
Quizás pueda llegar un año más a finales de otoño. Ellas estarán esperando en el nido, yo deseando acariciarlas. Quiero seguir en el río un año más.
No lo entiendo, pero estoy aquí.