Quien más quien menos ha tenido la sensación de llegar a su trabajo sin tan siquiera darse cuenta. El cerebro no para de pensar. Es capaz de abstraernos de lo que estamos haciendo si a él sé le antoja. Retomando la primera frase, llegados al destino sentimos la preocupación de no ser consciente del trayecto ¿me habré tragado los radares…?. Todo transcurre sin más, hasta que algo nos activa. Lo podríamos denominar ¿el despertar de la consciencia?.
La pesca es una actividad maravillosa, pero puede llegar a ser muy mecánica para algunas personas, incluso para practicantes puntuales. Van al río como pollo sin cabeza, lanzado aquí y allá, sin ver nada más que su caja de moscas y sus artificiales en el agua. La única obsesión prender un pez, hacer la foto o no y seguir lanzando… lo que ocurre alrededor suyo pasa desapercibido, y no me refiero solo a ver algún animal curioso…
Un pescador consciente, para mi, es aquel que se acerca al río con todos los sentidos en modo «despierto». Pueden ver una cebada, también escucharla, e incluso diría que los pescadores conscientes tienen su propia línea lateral, la cual los hace detectar, no sabemos muy bien, esos peces que de otra forma no veían de entrada, pero si presentían. Y consecuentemente adaptan su estrategia y técnica para prender esas almas del río, pero sin rehuir del sinfín de matices que le aporta una sesión de pesca. Sale del río y recuerda ese zorro, esa ardilla, las eclosiones de insectos, una infinidad de lances tanto los afortunados como aquellos que han sido un auténtico fiasco.
Conozco un puñado de pescadores «conscientes». Pescadores que se integran en el medio desde todos los puntos de vista, en total comunión.
Ser consciente de la actividad que practicas es mucho más interesante que no serlo ¿no? pues gocemos más amigos/as de esta afición que tanto nos llena.
Ferran Llargués